Catí condensa el arte, la cultura y la tradición desde la Edad Media
Si cruzas por la Calle Mayor de Catí, es muy posible que uno se quede mirando la Casa de la Vila, el ‘carreró del Vent’ o la fachada monumental de la iglesia parroquial, que sobresale por encima de cualquier otro edificio de la localidad. Catí es un enclave muy orientado a la época medieval, con construcciones que hace más de medio milenio se levantaron y que hoy en día son los mejores detalles para despertar la imaginación de cuántos visitantes se acercan a esta localidad. En esencia, Catí resume la relevancia histórica que el Alt Maestrat tuvo y tiene desde la época medieval, tierra de paso entre comerciantes valencianos y aragoneses donde la agricultura y la ganadería siguen teniendo un gran peso en el día a día de los catinenses, con quesos de alta calidad gastronómica. Sin embargo, la mayor joya que atesora Catí no está en su núcleo poblacional, sino que se encuentra a solo 5 kilómetros. Hablamos de l’Avellà, una ermita en cuyo interior se encuentra la popular ‘Capilla Sixtina del Maestrat’, por las hermosas pinturas que adornan sus paredes obra del genial artista valenciano y barroco Pasqual Mespletera.
La construcción de la ermita se remonta a hace cinco siglos, con la leyenda de la vieja ciega y leprosa que al bañarse con el agua que brotaba recuperó su vista y su salud. Al correrse la voz, los antepasados de Catí construyeron una capilla en honor a la Virgen que, con el tiempo, se ha convertido en la señal más admirada de toda la localidad. Sus aguas son conocidas por las propiedades medicinales, declaradas de utilidad pública en 1928. Ahora, esta agua se embotella y comercializa para su consumo, pero también se puede disfrutar en el balneario de l’Avellà, un lugar de descanso apacible y tranquilo rodeado por montañas tupidas por un suave velo verde formado por pinos. La magia del lugar la transmite los siglos que ha perdurado la leyenda de sus aguas, y la devoción que vecinos y vecinas siguen teniendo hacia la virgen. La capilla actual fue remodelada en el siglo XVII, cuando Maspletera inundó de arte, luz y color toda una construcción que, en su exterior, se custodia por dos chopos. Hoy en día este lugar es visitado por miles de personas a lo largo del año.
El mismo pintor Maspletera también firmó la decoración de la Capilla de la Comunión de la Iglesia Parroquial de Catí, con exuberantes pinturas al fresco que datan de mediados del siglo XVII. El templo es una construcción gótica que también contiene añadidos barrocos y algunos románicos como las puertas secundarias de entrada. En su interior, las capillas que configuran los laterales se construyeron poco a poco, ampliando el templo, e incluso compradas por familias pudientes de la época como los Espígol, capilla en la que se encuentra el célebre retablo de Jacomart. La iglesia está a escasos metros de la Casa de la Vila, la construcción más icónica de toda la localidad. Construida entre los años 1417 y 1437, este edificio alberga ahora exposiciones dedicadas a costumbres y tradiciones de la localidad, como la rogativa a Sant Pere de Castellfort o paneles ilustrativos de los momentos más importantes de la historia del pueblo. Un centro de interpretación que, sin embargo, fue durante un largo periodo de tiempo el centro administrativo de la localidad. En la planta noble se celebraban las reuniones del Consell de Catí, mientras que los bajos servían de mazmorras donde los presos se encarcelaban. Además, sirvió como lonja de mercado y de depósito de trigo en las partes superiores.
El conjunto de este edificio es una joya del gótico civil valenciano, donde destacan sus ventanas, sus techos de madera, los siete arcos interiores que alberga la lonja o el suelo empedrado de la zona noble, parte también decorada con pinturas relacionadas con los debates que se mantenían en la habitación como los saqueos a barcos en aguas del Mediterráneo. Un edificio que ahora se llamaría polivalente, pero que en su época era el centro económico, político y social de una localidad que ya de por sí era célebre en las rutas comerciantes de lana y productos agrícolas.
Las casas señoriales presentes en el casco antiguo de Catí son producto de la expansión económica de la época medieval. Edificios levantados como la Casa de los Miralles, la Casa del Delme, la Casa de los Montserrats o la Casa de la Plaza, que aportan belleza y majestuosidad a un casco urbano considerado Conjunto Histórico Artístico. La incidencia que el paso trashumante tiene sobre la localidad también se concibe con tantas zonas de pastoreo ovino, caprino y vacuno, que permiten realizar excelentes productos lácteos que sobrevuelan el nombre de Catí por todo el planeta. Es un pueblo ligado indisolublemente a este sector, tanto por pasado que justifica la construcción de tantos elementos maravillosos, como por presente. Catí es tierra donde degustar quesos, descansar en la Ermita de l’Avellà o asombrarte caminando entre casas señoriales. Un viaje, eso sí, a hace más de medio milenio.